miércoles, 18 de febrero de 2009

Granados en Gaza

Pedro Miguel

“L
os embajadores en México de las partes en pugna fueron abrumadoramente solicitados para expresar el punto de vista de sus gobiernos”, dice Miguel Ángel Granados Chapa en su más reciente artículo en Proceso (“Gaza en México”), en el que atribuye a Hamas la culpa de la masacre de civiles que tuvo recientemente lugar en la porción sur de los territorios palestinos. En ese texto, el columnista reciente y justamente laureado hilvana algunas alertas atinadas y necesarias sobre un brote de antisemitismo en nuestro país con una defensa de lo indefendible: la incursión homicida del ejército israelí contra la población de Gaza.

Llamarle “gobierno” a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) sólo se explica como parte de una argumentación perversa, porque la cosa que preside Mahmud Abbas carece de poder real, de representatividad y de autoridad moral entre la población de Cisjordania y de Gaza, y si aún existe es porque Washington, la Unión Europea, Egipto y el propio gobierno israelí necesitan en el terreno una marioneta a modo. Poner al residuo impotente y descompuesto de lo que fue la OLP en el mismo rango que la potencia atómica de Tel Aviv es una formulación tramposa para repartir entre palestinos e israelíes, de manera simétrica, la responsabilidad por el genocidio perpetrado en Gaza. El propio Granados Chapa lo admite, en forma implícita, al escribir que el representante de la ANP en México “estaba en un predicamento” porque se veía obligado a exigir un alto a la masacre que tenía lugar en un territorio en el que una facción enemiga detenta el poder real.

“Fue perceptible [...] la dominancia de un enfoque favorable a ‘los palestinos’, como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas. Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque, con lo cual se brindaba una comprensión a medias”, juzga Granados Chapa, olvidándose él mismo de aplicar el principio periodístico que invoca.

En efecto, el articulista omite contar que Hamas es, más que una criatura de Irán, una hechura de Israel; que las dirigencias laicas y de izquierda palestinas fueron sistemáticamente destruidas por Tel Aviv —hay que recordar, además de los homicidios de dirigentes de la OLP, del FPLP, del FDLP, cómo Yasser Arafat fue reducido por el gobierno de Ariel Sharon, a principios de esta década, a la condición de animalito enjaulado y aterrorizado—; que los fundamentalistas ganaron una elección impecable y que fueron de inmediato desconocidos por Israel, por Washington y por Bruselas, y que los misiles artesanales que han “cobrado un alto número de vidas” (28, de 2001 a la fecha) son una respuesta —ciertamente inaceptable, criminal, desesperada y contraproducente— a décadas de bombardeos, asesinatos no muy selectivos, despojos territoriales, limpiezas étnicas, castigos colectivos (como los bloqueos sanitario y alimentario) y humillaciones indecibles de parte de Israel hacia los palestinos.

¿Se pretende simetría? —Pues que los gobiernos occidentales establezcan sobre Israel un bloqueo (no tan inhumano, esperemos) como el que padece Gaza, con la consideración de que Ariel Sharon, Benjamin Netanyahu y Ehud Olmert son tan fundamentalistas y terroristas como Hamas. ¿Propuestas equilibradas? —Habría que empezar por sentar a los integristas de Gaza en un asiento de la Asamblea General de la ONU. ¿Se justifican masacres como la perpetrada en la franja? —Qué buena idea: a ver qué día Granados Chapa le recomienda al gobierno mexicano que bombardee Sinaloa en respuesta a los asesinatos cometidos por el narco.

Por fortuna para los habitantes de la entidad norteña, el columnista laureado concentra su lógica en Gaza y repite como loro lo más repugnante de la argumentación fabricada por el régimen de Tel Aviv: que los civiles palestinos muertos durante la incursión eran usados como “cubierta civil” de “instalaciones militares” de Hamas. Aunque eso haya sido cierto, es preciso darle muchas puñaladas a la razón ética para concluir que, si bien es ilícito el empleo de escudos humanos, disparar contra ellos resulta, en cambio, un recurso legítimo.

No será el portador de la medalla Belisario Domínguez el primero ni el último periodista que deje los principios embarrados sabrá Dios en dónde pero es la primera vez, hasta donde recuerdo, que se le da por justificar a asesinos de inocentes, y eso es particularmente triste en un hombre como él, que ha logrado preeminencia pública por la consistencia ética de sus escritos. Tras esa claudicación, Granados Chapa se lanza a denostar la iniciativa “Adopta a un niño muerto” y hace como que no se da cuenta de que el propósito de ese gesto no es alimentar actitudes judeofóbicas —sin duda condenables— sino colocar en primer término, en la ponderación del conflicto, el valor de la vida humana, que tiene la misma importancia para israelíes que para palestinos, e independientemente de si las bajas son 28 o mil trescientas. El incrustar esa iniciativa en una enumeración de reales e inaceptables expresiones de porquería antisemita es, además de una estocada a la verdad, una bajeza de su parte.

Si algo de bueno tiene la descalificación de Granados —quien, ante la cruenta incursión contra Gaza decidió comportarse como uno de los voceros oficiosos de la embajada israelí en México— es que revela hasta qué punto la iniciativa “Adopta a un niño muerto” ha calado en las conciencias, ha logrado el impacto moral que buscaba y se ha vuelto un obstáculo al afán de imponer a la comunidad judía de México una actitud unánime de respaldo al belicismo del gobierno de Israel.

Las personas judías o de origen judío que se han sumado a esta iniciativa han dado, al resistir las presiones, los chantajes y los linchamientos no muy soterrados del oficialismo israelí, muestra de un valor civil inestimable, de una afectividad poderosa capaz de derrotar al conflicto mezquino y eterno entre Caín y Abel, y de una calidad humana que trasciende filiaciones políticas, ideológicas, religiosas y nacionales.

La importancia de la vida humana es un valor irrenunciable y, en concordancia con este principio, cabe desear que la de Miguel Ángel se prolongue por mucho tiempo, que siga siendo propositiva y auspiciosa y que no se le vuelva costumbre el infligirse daño a sí mismo por la vía de escribir y publicar canalladas.

(En: Navegaciones, 17 de enero de 2009)

Gaza en México

Miguel Ángel Granados Chapa

Miembro por cuarta vez (lo había sido en 1946, 1980 y 2002) del Consejo de Seguridad de la ONU desde el primero de enero de este año, México debutó en este turno ante la ofensiva lanzada por el gobierno de Israel contra el grupo Hamas, un híbrido de entidad política y militar, nacionalista y terrorista, como represalia por el sostenido ataque de esa organización palestina que domina la franja de Gaza contra su territorio. Después de un inicial titubeo en que sólo expresó su preocupación por los bombardeos que causaron más de un millar de muertos, la delegación mexicana hizo una propuesta equilibrada en que condenó a ambas partes, se refirió a la génesis de la coyuntura y formuló proposiciones.

Al condenar el uso excesivo de la fuerza por la parte israelí y los ataques del grupo radical palestino, la delegación mexicana declaró que "aunque todo Estado tiene derecho a salvaguardar su seguridad y, más aun, la obligación de garantizarla en beneficio de sus habitantes, al mismo tiempo tiene que respetar en sus acciones el derecho internacional humanitario". México se manifestó por poner fin a "las actividades terroristas que no tienen justificación alguna y que son contrarias al logro de una solución que garantice los derechos de los pueblos a una paz estable y duradera. En ese contexto, resulta indispensable que se ponga término al tráfico ilícito de armas y a todas aquellas actividades que fomenten el terrorismo".

Por ello México demandó "el cese de las hostilidades por ambas partes, el alto al tráfico ilícito de armas a la franja de Gaza, la apertura de los cruces fronterizos y el levantamiento de las restricciones israelíes en la franja de Gaza, el acceso irrestricto de la ayuda humanitaria, el respeto a los acuerdos existentes y generar condiciones mínimas para reanudar el diálogo de paz".

Al fin del primer mes de su cuarta presencia en el Consejo, el embajador Claude Heller sintetizó la posición mexicana como orientada a que se proteja la vida de los civiles, a demandar la proporcionalidad de las respuestas militares y a propugnar el establecimiento de un órgano de monitoreo continuo y eficaz sobre violaciones al derecho humanitario.

Los medios de comunicación en México dedicaron amplios tiempos y espacios a informar sobre el conflicto. Su presencia en la pantalla contrasta con la ausencia de otros más sangrientos y prolongados pero que carecen de clientelas políticas en nuestro país. Casi nunca se habla, por ejemplo, de la interminable guerra civil en el Congo, que directa o indirectamente ha cobrado la vida de millones de personas, como pasaron inadvertidas las matanzas de Ruanda, de Sierra Leona, de Guinea. Fue perceptible también, aunque el tema deba documentarse para afianzar esta afirmación, la dominancia de un enfoque favorable a "los palestinos", como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas. Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque, con lo cual se brindaba una comprensión a medias. En los medios impresos ese sesgo fue particularmente notorio en La Jornada. Nuestro semanario dedicó su portada y 11 páginas de su número del 11 de enero a una entrevista con un pacifista israelí que condena el ataque, a una visión de la catástrofe humanitaria que se abate sobre los palestinos de Gaza, al testimonio de un activista italiano en la zona bombardeada y luego invadida; al de un militante español de la agrupación Free Gaza, y al forcejeo diplomático en la ONU que concluyó con la resolución 1860 que estableció el "cese inmediato al fuego". Los favorecedores del equilibrio informativo echaron de menos el parecer de los gobiernos involucrados, es decir, la ausencia de la posición de Israel.

Los embajadores en México de las partes en pugna fueron abrumadoramente solicitados para expresar el punto de vista de sus gobiernos. El de Israel respondió puntualmente las acusaciones sobre las bajas civiles y de niños (que en fotografías y en la pantalla de televisión estrujaban aun a los corazones menos sensibles) aduciendo que se les usaba como escudos humanos para ocultar arsenales y cuarteles. Añadía que la población civil recibía información sobre los bombardeos inminentes a fin de que pudiera ponerse a salvo. En la contraparte, el embajador de la Autoridad Palestina estaba en un predicamento. Representa al gobierno palestino con sede en Cisjordania, surgido de Al Fatah, la facción a que perteneció Yasser Arafat y que es adversa –son en realidad enemigos, más que simples adversarios– a Hamas, que la desplazó de Gaza. Con todo, condenaba con vehemencia el ataque, subrayaba su barbarie por las bajas infantiles y demandaba el cese del fuego. Lo apoyaba en sus posiciones, llevándolas al extremo, el embajador de Irán, que adquirió protagonismo e hizo evidente que Hamas significa la presencia del ayatolismo iraní a las puertas de Israel, cuya destrucción ansía.

En el seno de la comunidad judía en México se produjo una discrepancia respecto de la tradicional –y digamos que oficial– sintonía del judaísmo mexicano, sobre todo el asquenazi, con el estado de Israel. La respetable posición de una académica universitaria sobresaliente y la iniciativa civil que de ella derivó resultó favorable a la efusión judeofóbica que el ataque a Gaza había generado y que se agregó a la que con otro motivo se había expresado apenas unas semanas antes de la ofensiva contra Hamas. Con notorio afán propagandístico que prescinde de los datos, los embajadores de Irán y Palestina, y el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Palestina habían propalado la aberrante comparación entre Auschwitz y Gaza, entre la Shoah que durante años se orientó al sistemático exterminio del pueblo judío en los países dominados por el nazismo y el ataque a un territorio del que tres años antes se había retirado Israel, que ilegalmente lo ocupaba desde 1967. La víctima de ayer es el verdugo de hoy, se decía también. Y a esa andanada de despropósitos se añadió la sentida autoinculpación de la profesora universitaria a la que deliberadamente sólo aludo porque no es mi afán personalizar un acontecimiento que excede a las posiciones particulares pues genera un fenómeno colectivo.

Más que indignación, que es fácil expresar, se eligió la indignidad, la vergüenza, la autoinculpación. Con palabras de Martin Buber con ocasión de un ataque terrorista judío, en 1946, al cuartel inglés situado en el hotel King David de Jerusalén, se dijo respecto de la ofensiva del Estado de Israel: "No basta con expresar nuestro aborrecimiento. Debemos decir que tenemos parte de esta culpa que despierta nuestra repugnancia".

Cuidado con alimentar de ese modo la incriminación a los judíos en general. La responsabilidad del ataque debe imputarse a investiduras y personas en particular. Las culpas son de ellos, no de todos. Admitir lo contrario es aceptar la aberración lógica y moral en que durante siglos incurrió la Iglesia católica al tachar de deicida al pueblo judío, es decir, al achacar a todos los judíos de aquel tiempo y de todos los tiempos la culpa por la crucifixión de Jesús. Esta universalización de la condena, su trascendencia de generación en generación durante siglos sirvió de pábulo al odio racial a los judíos, requisito previo a su inmolación. Fue necesario que de modo expreso el Concilio Vaticano II levantara esa desorbitada condena a los judíos.

Se dirá que no hay en México un sentimiento antisemita que resulte alimentado por esta posición moral, que se convirtió en la iniciativa de adoptar a un niño palestino muerto como modo de expiar la culpa autoimpuesta. Ciertamente no hay una judeofobia activa, como la hubo en el pasado, que se manifieste en agresiones físicas, en asaltos y vejaciones como antaño ocurrieron (y como sucedió el 30 de enero en el ataque a una sinagoga de Caracas, perpetrado por policías federales y municipales). Pero circula un vago tufo antijudío que puede condensarse en cualquier momento, extremo que puede y debe evitarse. Precisamente días antes de la ofensiva contra Hamas se había suscitado una polémica a partir de la extravagante y aun perversa opinión de que los atentados de Bombay (que incluyeron entre sus blancos una comunidad religiosa judía) ocurridos semanas atrás fueron provocados por "la banda israelí-estadunidense".

Esa difusa sensación antisemita apareció también en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, que está en trance de mudar de director. Un anónimo –que en realidad eso es un texto firmado con nombre falso– sometió a juicio ético a profesores de esa facultad con la absurda pretensión de forzarlos a denunciar el ataque a Hamas. Esos profesores judeomexicanos, cuya nómina acompaña al anónimo para indicar que están localizados y bajo observación, son señalados por no compaginar "de manera adecuada y realmente humanista su calidad de docentes críticos ante lo que pasa en el mundo", por evitar "pronunciarse por (sic, en vez de contra) la masacre genocida que comete a diario el Estado sionista de Israel con el apoyo del mismo imperialismo que nos flagela aquí".

El corolario del anónimo sería de risa si no llevara implícito el peligro del prejuicio racial. Mencionando a una precandidata a la dirección de la Facultad, se agrega una condición a las establecidas por la normatividad universitaria: "el requisito fundamental para alguien como ella es que deje claro que no avala la masacre de Gaza y que no apoya la política genocida del Estado sionista".

(En: Proceso, domingo 15 de febrero de 2008)

lunes, 2 de febrero de 2009

Lo que dice Eric Hobsbawm

Comparto este artículo encontrado en un blog amigo: http://clionauta.wordpress.com/

La London Review of Books publicó el pasado 15 de enero las reacciones de algunos de sus colaboradores a lo ocurrido en Gaza. Escojo la de Hobsbawm, porque la de Ilan Pappe ya la ha publicado El Pais:

Eric Hobsbawm

hobsbawm

Durante tres semanas la barbarie ha sido mostrda ante un público universal, que ha observado, juzgado y, con pocas excepciones, rechazado el uso del terror militar por parte Israel contra un millón y medio de habitantes bloqueados desde 2006 en la Franja de Gaza. Nunca antes las justificaciones oficiales de la invasión han quedado tan claramente refutadas como ahora, con la combinación de cámaras y aritmética; ni el lenguaje de las “objetivos militares” con las imágenes ensangrentadas de niños y la quema de escuelas. Trece muertos de un lado, 1.360 de otro: no es difícil establecer dónde está la víctima. No hay mucho más que decir acerca de la terrible operación de Israel en Gaza.

Excepto para aquellos de nosotros que somos judíos. En una larga e insegura historia como pueblo en la diáspora, nuestra reacción natural a los actos públicos ha incluido inevitablemente la pregunta: “¿Es bueno o malo para los judíos?” En este caso, la respuesta es inequívoca: “Malo para los judíos”.

Es claramente malo para los cinco millones y medio de judíos que viven en Israel y los territorios ocupados desde 1967, cuya seguridad se ve amenazada por las acciones militares israelíes que sus gobiernos adopten en Gaza y en Líbano, acciones que demuestran su incapacidad para lograr sus objetivos declarados y que perpetuan e intensifican el aislamiento de Israel en un Oriente Medio hostil. Desde el genocidio o la expulsión masiva de palestinos de lo que queda de su tierra natal no ha habido otro programa práctico que la destrucción del Estado de Israel, y sólo una coexistencia negociada en igualdad de condiciones entre los dos grupos puede proporcionar un futuro estable. Cada nueva aventura militar, como las de Gaza y el Líbano, hará que esa solución más difícil y fortalecerá al ala derecha israelí y a los colonos de Cisjordania, que encabezan el rechazo a la solución negociada.

Al igual que la guerra del Líbano en 2006, Gaza ha oscurecido las perspectivas de futuro para Israel. También ha oscurecido las perspectivas de los nueve millones de judíos que viven en la diáspora. Permítanme que no me ande con rodeos: la crítica de Israel no implica antisemitismo, pero las acciones del gobierno de Israel causan vergüenza entre los judíos y, sobre todo, dan pie al acutal antisemitismo. Desde 1945, los judíos, dentro y fuera de Israel, se han beneficiado enormemente de la mala conciencia de un mundo occidental, que se había negado a la inmigración judía en la década de 1930, unos años antes de que se permitiera o no se opusiera al genocidio. ¿Cuánta de esa mala conciencia, que prácticamente eliminó el antisemitismo en Occidente durante sesenta años y produjo una época dorada para su diáspora, queda en la izquierda hoy?

La acción de Israel en Gaza no es la de un pueblo que es una víctima de la historia, ni siquiera es el “pequeño valiente” Israel de la mitología de 1948-67, con un David derrotando a todos los Goliaths de su entorno. Israel está perdiendo la buena voluntad tan rápidamente como los EE.UU. de George W. Bush, y por razones similares: la ceguera nacionalista y la megalomanía del poder militar. Lo que es bueno para Israel y lo que es bueno para los judíos como pueblo son cosas que están evidentemente vinculadas, pero mientras no haya una respuesta a la cuestión de Palestina no son y no pueden ser idénticas. Y es esencial para judíos que se diga.

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Véase también la entrevista que Pappe concedió al Guardian el pasado 20 de enero.

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