lunes, 26 de enero de 2009

Carta 1 de Judit Bokser

Respuesta al llamado a Adoptar a un Niño Muerto.
Judit Bokser Liwerant
Leí su llamado con desconcierto. Sin perder un solo momento el respeto por quien piensa diferente, mi desconcierto devino progresivamente un serio cuestionamiento de la argumentación así como de los nexos de significación que el texto construye consciente o inconscientemente con otros textos y argumentos.
Dado que entre quienes han escrito y firman este llamado se encuentran plumas que reconozco y con las cuales he dialogado en el marco de los parámetros que el pensamiento socio-político y la historicidad de los acontecimientos exigen, así como colegas académicos con quienes comparto la convicción de que el conocimiento tiene un doble compromiso, con la verdad y con su relevancia y pertinencia social y humana, me siento obligada a referir a ambas dimensiones, a la argumentativa y a la del tejido de significaciones del cual el texto se nutre y al cual contribuye.
En este último sentido, su visión y sus planteamientos no pueden leerse al margen de la violencia simbólica que se ha construido alrededor del Estado de Israel y que se relaciona con las difíciles coordenadas de lo propio y lo ajeno, los Otros y sus diferencias y que se proyecta y retroalimenta hoy en el ámbito internacional, en el que interactúan lo político con lo ideológico, las razones y las sinrazones.
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La conmovedora cita de Levinas con que inicia vuestro llamado, en la cual el filósofo buscó recuperar el significado profundo de toda alteridad como eje constitutivo de lo humano, está marcada por el dramático evento del Holocausto y su implicancia judía y universal.
Sin embargo, referir al Holocausto hoy, en el seno del conflicto de Gaza, y en el marco de su llamado a adoptar un niño muerto por el ejército israelí, esto es, a un niño palestino, implica lo quieran o no, reforzar aquella argumentación que ha venido inculpando progresivamente a las víctimas de ayer el haberse convertido en los victimarios de hoy. Así, el pueblo judío, víctima del Holocausto nazi, se habría convertido en victimario y generador de un Holocausto del pueblo palestino en la figura estatal contemporánea.
Esta reversión de la ecuación no es nueva. Sus orígenes pueden ser rastreados a la década de los años setenta, cuando como resultado de las configuraciones políticas internacionales prevalecientes, la propaganda soviética y el discurso nacionalista árabe, secular y religioso, le atribuyó al Estado judío las cuatro características negativas más grandes en la historia de occidente en el último siglo —nazismo, racismo, colonialismo e imperialismo.
Estas acusaciones, entrecruzadas con un antisionismo progresivo, generaron, en su radicalización, nuevos enunciados que establecieron, sin embargo, una compleja dialéctica de recuperación de viejos contenidos antisemitas. En esta progresiva distorsión histórica y afrenta moral, Jenin ayer y hoy Gaza devienen Auschwitz, el soldado israelí un represor nazi y el conflicto, una catástrofe humanitaria de dimensiones demoníacas.
Hoy como ayer, colegas serios y respetuosos han confundido los términos y un conflicto bélico como el actual, en el que el Estado de Israel se enfrenta al movimiento fundamentalista y terrorista Hamas, es caracterizado como masacre del pueblo palestino, como una carnicería, un genocidio.
Coincidirán conmigo que esta distorsión conceptual en nada aporta a comprender la complejidad del conflicto. Todo lo contrario; ha contribuido desde el incuestionable ámbito del pensamiento a satanizar y deslegitimar a los judíos en aquellas expresiones de su identidad que no encuentran aceptables, como lo es su existencia estatal.
Ciertamente el operativo militar ha generado muerte en la población civil por la cual dolemos conjuntamente, como dolimos, sin iniciativas ciudadanas como la acutal, cuando la población civil israelí fue muerta en los ataques terroristas. Pero la población civil es el terreno que Hamas ha escogido no sólo para ofrecer sus servicios sociales a una población necesitada sino también para ejercer su violencia contra la sociedad israelí.
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Permítanme aclarar desde ya que no toda crítica al Estado de Israel o las políticas de sus gobiernos queda incluida en este despropósito de distorsionar los hechos y deslegitimar su existencia.
Quedan incluidas aquellas críticas que se nutren, incorporan y refuerzan prejuicios que cuestionan la legítima identidad estatal judía; aquéllas que no se preguntan por las constricciones a los márgenes de negociación, derivadas de una historia de no reconocimiento del mundo árabe; aquélla que desconoce los propósitos de su destrucción por parte del fundamentalismo islámico; aquéllas que ven en las expresiones de la radicalización musulmana una esencia popular incuestionable; aquéllas que reducen la complejidad del conflicto; y aquéllas que no distinguen entre actores.

En este contexto leo vuestro texto y me siento obligada a decirles que Gaza hoy, cubierta por el escenario de dolor, no es una masacre del pueblo palestino. No.
Gaza es dolor pero no es Auschwitz.
El operativo militar, con todas sus dramáticas consecuencias, no es un acto genocida ni es un acto de exterminio.
Es un operativo militar contra Hamas; contra su explícito compromiso con la destrucción de la “entidad sionista”; contra sus redes de colaboración con otros grupos fundamentalistas como la Hermandad Musulmana, la Jihad islámica, Hezbollah y los estados que las secundan e instrumentan, Irán y Siria. Hamas no está solo.
Es un operativo militar contra una organización que ha atacado recurrentemente a la población civil israelí y que ha secuestrado las aspiraciones nacionales del pueblo palestino orientadas a la creación de su Estado, subsumiéndolas en su voluntad de destrucción del Estado de Israel.
La identidad construida por la negación del Otro – la “entidad sionista”- debilitó, en su radicalización, a la Autoridad Palestina, núcleo de una estructura proto-estatal que se encaminaba y el establecimiento del tan anhelado Estado palestino
Pero ustedes y yo sabemos que Hamas, se opuso desde su fundación en 1988, a la existencia de Israel en cualquier forma. En su plataforma constitutiva declara que “no existe una solución a la cuestión palestina más que la guerra santa” y su propósito ha sido el de instaurar un Estado islámico en lugar de la “entidad sionista”. En su voluntad de destrucción de Israel y la creación de un imperio panislámico en el Medio Oriente, la liberación de Palestina es vista como la clave para la unificación del mundo árabe y musulmán y no al revés.
Ciertamente los altibajos del proceso de paz han interactuado con la alternancia política en Israel y con la redefinición de prioridades. A lo largo de estos años se ha asistido muchas veces a la inversión del binomio paz-seguridad. La espiral de violencia en los actos de terror, el establecimiento de asentamientos, y otras dinámicas de la región condujeron a que la seguridad nacional asumiera un lugar prioritario. Ultimadamente, la razón de ser del Estado como figura político histórica es la de dar protección a los ciudadanos.
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Colegas, hoy como nunca se exige un análisis serio que sin renunciar ni cancelar la dimensión ética no abone a las simplificaciones y a los prejuicios. Que apueste a una sistemática lectura de los actores y sus prácticas; de los reordenamientos geopolíticos y las alianzas cambiantes.
El mundo todo y la región se ven hoy dolorosos, complejos e inciertos y frente a ello nos conmovemos y sentimos dolor, ciertamente.
Por todo ello, por la exigencia del compromiso con la verdad y con la responsabilidad, mi cuestionamiento a su llamado a la gratuidad, la no-reciprocidad, la asimetría y la incondicionalidad como prerrequisitos al reconocimiento del Otro y en el Otro es, se centra en saber la razón de no haber escogido otras vías de expresar su solidaridad con todos los muertos, entre los cuales sus muertos propios no pueden ser ajenos.
Mi cuestionamiento se ve incrementado aún más cuando me pregunto:
¿Por qué nunca sintieron la obligación moral de solidarse con los 1.500 civiles israelíes asesinados en atentados terroristas y entre ellos casi 200 niños menores de 16 años? Lo pregunto porque frente a estas muertes guardaron silencio, y por ello, la alusión, al finalizar su texto, al dolor de ambos pueblos resulta insuficiente.
¿Por qué no sintieron esa necesidad cuando Hamas reclutó en sus filas a los niños y jóvenes que salieron a asesinar a niños y jóvenes israelíes? Porque entre los jóvenes que hoy han muerto, un gran número eran combatientes que mataron, insertos en el seno de la población civil.
¿Por qué no elevaron sus voces cuando Hamas asesinó a cientos de opositores palestinos, principalmente militantes de Fatah y de los grupos de izquierda?
¿Por qué no encontraron oportuno adoptar un niño muerto en el genocidio que el gobierno Sudanés está provocando en Darfur con más de 1.000.000 de muertos?
¿Por qué no elevaron su condena ante los 537 muertos asesinados en el Congo desde septiembre pasado por ataques terroristas del grupo rebelde Lords Resistance Army (LRA) -ataques que generaron 104.000 evacuados ¿
Tal vez debería tomar prestadas las palabras de A.B. Yoshua, cuando ante la crítica unilateral y la solidaridad unidimensional frente a este conflicto se preguntó si no sería más una cuestión de conciencias personales que de empatía y solidaridad con los Otros muertos, que son sólo los muertos de los Otros.
Porque escoger un acto de esta naturaleza- la adopción de un niño palestino muerto -es legitimar la imagen de un Estado agresor frente a una población indefensa, como si Hamas no existiera y la población israelí no hubiese sido objeto de violencia y del terror. Es desconocer que en la región se confrontan hoy modelos diferentes de sociedad civil y de regímenes políticos, de valores democráticos y propuestas integristas, de pluralismo e intolerancia.
Porque escoger la adopción de un niño palestino muerto como vía de acceso a este territorio plural que es la condición judía y al proyecto vital que es el Estado de Israel implica desconocer la riqueza interna así como los complejos desafíos que hoy enfrenta. Es desconocer su propio renacimiento nacional y sus logros, así como sus propias encrucijadas existenciales y su dolor.
No reclamo particularismo en su solidaridad; bienaventurada su vocación de
alteridad. Pero permítanme recordarles que su texto es parte ya, por su argumentación y su tiempo, de ese tejido de significaciones que nutre la violencia simbólica. Su texto es parte ya de aquéllas voces que piensan que el Estado de Israel ha masacrado a la población palestina y que sólo tiene derecho legítimo de existencia aquel judaísmo que ha hecho del texto su tierra natal.
Encuentro una alta dosis de irresponsabilidad en su llamado a reconocer (se) en el Otro que parece exigirles hoy la negación de sus propios muertos para dar cabida a la compasión que bien entendida hubiese exigido una solidaridad que no opere por desplazamientos.
Una iniciativa ciudadana responsable hubiese debido incluir a todos los muertos, hubiese debido ser analíticamente rigurosa en deslindar los responsables y hubiese mantenido su compromiso con la verdad que ultimadamente contribuye a esclarecer la recurrencia y permanencia del conflicto.
El diálogo queda abierto.

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