lunes, 26 de enero de 2009

Respuesta personal de Jessica Bekerman a la carta 1 de Judit B L

Ciudad de México, 20 de enero de 2009

Querida Judit,

Leí, primero con atención, y luego con preocupación e inquietud, la carta que nos envías; y quiero agradecerte el tono respetuoso de tu texto y tu sincero llamado al diálogo, al que respondo a título personal.
Mi preocupación e inquietud se relaciona con el hecho de que me siento interpelada. Me interpela la posibilidad, que enuncias en el texto de tu carta, de que mi acto y su fundamento, escrito en un texto que elaboramos de manera colectiva pero que firmo en primera persona, pueda inscribirse en una red de significaciones previas que ofician como soportes de posicionamientos políticos e ideológicos, sustentados en la violencia simbólica (y bien real, agrego) hacia el Estado de Israel, contribuyendo, de este modo, a las nuevas formas que toma el antisemitismo, que ahora también se llama antisionismo, en nuestro tiempo.
Tú sabes que Israel es un país que yo amo. Hice, muy jovencita, la experiencia de vivir en un Kibbutz, me enamoré de un israelí descendiente de judíos marroquíes e hice “Aliá”, estuve en Israel durante la guerra del Líbano y estudié en la Universidad de Tel – Aviv. Mientras viví en Israel, me confortaba el hecho de re-encontar siempre un sentimiento muy íntimo: la sensación del hogar. Y, ahora que trato de construir un hogar aquí en México, añoro siempre ese sentimiento que, salvo las visitas a la casa de mis padres, no volví a re-encontrar en ningún otro lado. De modo que, quiero aclararlo desde el principio, los motivos y las razones que me animan distan mucho de cualquier posición anti-sionista o anti-israelí.
Justamente, un breve texto (inédito) que escribí hace unos ocho días comenzaba afirmando: “La tentación antisemita permea casi todos los discursos (de una cierta izquierda) que manifiestan, por las peores razones, el repudio a la invasión israelí de la franja de Gaza. Desde las acusaciones que hacen de Israel un estado nazi y la comparación de la franja de Gaza con el guetto de Varsovia, son innumerables las expresiones en las que, sin que se realice ningún distingo, el repudio se recubre de los ya viejos y míseros ropajes del odio a los judíos. Una vez más el odio a los judíos: hay que decirlo”.
Entonces: ¿por qué Judit, me pregunto, lees una intención tan distante de la mía? ¿Qué, en el texto que fundamenta la propuesta, se presta para que yo firmante, pueda ser señalada como una irresponsable que contribuye, sin darse cuenta, a la argumentación que busca la aniquilación del Estado de Israel? Y como siempre, o generalmente, lo que se dice termina plasmando realidades, y porque reconozco en ti una autoridad en lo que hace al pensamiento en torno de esta problemática, tu interpelación es, para mí, alarmante.
Entonces, voy a intentar responder puntualmente algunas de las cuestiones que me interpelan.
En primer lugar, pienso que cualquier identificación entre el conflicto judío – palestino y el Holocausto es, en una perspectiva histórica, absolutamente falaz y que esta distorsión, tan a mano del facilismo que re-huye la responsabilidad del pensamiento, encarna en realidad un exceso violento (hay excesos no éticos) que cuando condena al Estado de Israel lo condena a muerte, perpetuando así el círculo de un odio que es real (digo estructural, puesto que es, una y otra vez, el mismo odio). Asimismo, creo que es necesario rechazar este tipo de argumentación cuando proviene de los propios judíos (no se si pudiste leer las cartas que están circulando por Internet o incluso declaraciones de israelíes en la prensa que hablan de prevenir otro Holocausto): quienes, a falta de localizar el verdadero problema, buscan legitimar la política del gobierno israelí en la memoria de los muertos de la Shoah, sólo contribuyen (amén del gesto que al instrumentalizar la memoria de los muertos de la Shoah la banaliza) a alimentar la argumentación perversa que hace de las víctimas de ayer los victimarios de hoy. Así también, creo que cualquier asimilación entre el conflicto palestino – israelí y el antisemitismo milenario (tan al ruedo en estos días) queda presa de la misma lógica. El argumento es conocido y lo señalas con precisión y rigor. En todos estos casos, se puede reconocer una lista más o menos larga de intelectuales que se dejan atrapar en una intimación ideológica que se asienta en la decisión de desconocer (y formular) el verdadero problema. No hay identificación posible, entre un nazi y un soldado israelí, entre las víctimas de ayer y los israelíes de hoy, entre Auschwitz y Gaza, entre el exterminio planificado y sistemático de un pueblo y lo que considero no deja de ser una masacre en Gaza. Como tú dices: esta distorsión ideológica de los conceptos nada aporta (y obtura, agrego) respecto de la posibilidad de comprender la complejidad en juego. Es necesario entender y leer este conflicto con sus propias claves y en sus propios términos; inventarle, si es necesario, un idioma que le sea propio.
En este sentido, y puesto que no hay nada en el texto que autorice directamente esta relación entre lo ocurrido en Gaza y la Shoah , quisiera restituir a esta cita de (con) Levinas (quien justamente hubiera detestado cualquier asimilación) la dignidad de una cita, ahora en el doble sentido de la conminación y del señalamiento que destina al encuentro memorial entre los “seis millones de asesinados por los nacional-socialistas y (los) millones y millones de humanos de todas las confesiones y todas las naciones, víctimas del mismo odio del otro hombre, del mismo antisemitismo” .
Ahora bien, y a pesar de que mi manera de pensar me ha costado el desprecio de la gente que más quiero, mi posición, respecto de la política del actual gobierno israelí en relación al conflicto de Gaza es de rechazo, sin que eso signifique que yo cuestione la identidad nacional judía o la legítima existencia del Estado de Israel. Por eso, busqué oponer la argumentación de mi diferencia, encontrar un idioma (como diría Lyotard) para formular una diferencia que no pueda ser reducida, ni traducida, a los enunciados que utilizan el conflicto para reflotar el odio antisemita; y que, al mismo tiempo, rechaza la decisión del gobierno israelí de responder con la guerra a los misiles de Hamas. Mi rechazo a la política del gobierno de Israel (que no al Estado Judío) se sostiene en un reparo que es, ante todo, ético y expone, antes que “cualquier análisis, postura o filiación” un rechazo que dice que NO a una lógica que considero asesina (venga de donde venga).
Salir de esta lógica asesina implicaría, a mi juicio, no reducir el conflicto a una lógica especular de odio fraticida: ustedes o nosotros, matamos o morimos, nos defendemos o nos aniquilan, seguridad o muerte. Quizá, por un ratito, después del “operativo militar” israelí subsista la ilusión de que el operativo nos salvó de morir. Yo creo que, a mediano plazo, la amenaza va a retornar más amenazante. Y que si Israel saliera victorioso: con letras de sangre se escribiría una victoria que va a marcar a las siguientes generaciones. En esta lógica especular sólo se multiplican los infiernos, pues no deja otra salida que la muerte del otro (que, claro, también puede ser la propia) -sólo es una cuestión de fuerza-. Por eso esta lógica, creo, sólo engendra un monstruo que se alimenta de muerte.
Hay preguntas, en el texto de tu carta, que quisiera responder. Guardar silencio no siempre es sinónimo de indiferencia. A veces, como en los atentados de la Embajada de Israel o de la AMIA, yo busqué palabras, otras permanecí en silencio porque las palabras de indignación siempre me avergüenzan. Otras busqué entender los términos de una situación que desconocía. No podría responderte por qué no surgió una iniciativa que nos reuniera en torno al genocidio en Darfur, o de los muertos del Congo. Creo que no somos seres totalmente ecuánimes, que todos somos sujetos de ciertas capturas. Pero si hubiera surgido no se trataría, al menos para mí, de “empatía” (imposible suprimir la distancia que me separa del infierno de esa muerte) con los muertos. Como no se trata ahora de empatía con los niños muertos palestinos.
Es porque soy judía, identificada además con la existencia de un Estado judío, que quiero trazar mi propia raya y decir que NO. Me niego a tomar parte, a aportar mi palabra o mi consentimiento, me niego a ser cómplice de lo que considero una tragedia de lo humano. Adoptar un niño palestino muerto es, en un sentido, un acto imposible y es también un acto de resistencia que se afirma en lo que tropieza, en lo que necesariamente fracasa. Lejos de cualquier posición humanitaria, basada en un altruismo culpable (¿no es la ayuda humanitaria el reverso de la masacre?), lejos de una solidaridad que sea “cuestión de conciencias”, lejos de pretender ocupar el lugar de unos padres devastados por la muerte de un hijo, lejos de cualquier identificación con la alteridad, lejos de cualquier particularismo que no hace más que reducir la singularidad en juego, lejos de la compasión y del gesto generoso, adoptar un niño palestino muerto es una forma de testimonio; testimoniar lo ilegible en el enfrentamiento de dos lenguas irreconciliables (lo que es rechazado en cada una de esas lenguas) para que esto ilegible, intraducible, pueda acceder a la dignidad de una palabra herida. Esto rompe cualquier forma del enfrentamiento (niños judíos-niños palestinos), rompe las dicotomías de dos culturas, de dos pueblos, de dos legalidades enfrentadas, y abre un surco por donde pasa un momento ético que, siendo eterno (por fuera de toda coyuntura que se fija en los tiempos del calendario), sólo afirma, dice que SI, a la humanidad de lo humano. Esta es la razón por la cual este texto colectivo, que es también mío, no podría formar parte de ninguna argumentación que incluso en nombre de las mejores intenciones “tomara partido”, ni podría ser parte “del tejido de significaciones que nutre la violencia simbólica”.
No me reconozco en el pequeño otro, del mismo modo que no busco mi identidad en el pequeño mismo. Mi horizonte es la excedencia absolutamente singular, ética, que nombro Otro donde se dan cita el mismo (que puede ser el otro de un mismo) y el otro (que puede ser el mismo de un otro). Por eso, puede haber un llamado a la responsabilidad (que es respuesta) por el otro; una responsabilidad que porque no pasa por la compasión y se afirma sólo en la excedencia –de allí la gratuidad, la no reciprocidad, la asimetría y la incondicionalidad- tampoco admite la negación de los propios muertos.
Quiero, Judit, que esta apertura del diálogo sea verdadera (en el sentido de que tenga consecuencias). Estoy convencida de que las palabras se transforman en realidades. Creo que leer lo ocurrido en Gaza, lo que ocurre en Gaza, debe llamar a la invención de nuevos idiomas, por lo menos dos, que puedan iniciar este y otros diálogos.
Que las voces hebreas “av shakul-em shkula” puedan acoger al niño palestino que fue muerto por un israelí no es ningún escándalo (justamente porque no se puede responder con la dignidad a la muerte dada a un niño). Pertenece al orden de una apuesta que, porque al declinar el odio me muestra vulnerada(o), quizá pueda, ojalá, demostrarse habiendo actuado el milagro.
Un abrazo,

Jessica Bekerman

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